Hace unos meses, acudí a una clase que daba el profesor Tejedor. Fue una clase con sabor, muy productiva. Pese a que lo que decía era muy interesante, volví a cometer mi eterno error: fijarme en un detalle y perderme en mis pensamientos. Lo miraba mientras hablaba y me impactó tener delante mío a un hombre así, a un hombre que decía cosas que realmente me parecían interesantes. Pero entonces, algó llamó mi atención: una pulsera. Ese hombre, llevaba una pulsera, igual que la llevan cientos de personas no tan dignas de admiración, lo qual me recordó algo que suelo olvidar: las personas a las que admiro son personas, como yo. Imaginé que debía de tener algún significado para él dado que era una pulsera de un solo nudo, permanente. Tal vez, de alguno de sus viajes, o de alguna persona especial. La cuestión es que me hizo pensar. Y me di cuenta allí mismo de algo importante: nos atamos al pasado. Del pasado estamos seguros, lo hemos vivido, lo sabemos. Algo totalmente inverso a lo que nos despierta el futuro. Por eso las personas nos aferramos a lo vivido.
Y es que puede que abrazar nuestra historia, es lo que nos da la seguridad suficiente para ir al futuro. Sentir que tenemos una historia nos da fuerza, pertenecemos a un lugar, no pendemos de un hilo. de ahí nuestra afición por cualquier tipo de recuerdo: pulseras, fotos, entradas de eventos... Historia.
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